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Nadie quiere asistir a la clase del mejor maestro: el dolor.

«El dolor es el mejor maestro, pero nadie quiere asistir a su clase»

Éste es un famoso dicho que se emplea en las artes marciales, y por lo tanto, es aplicable a cualquier otra disciplina, incluidos los negocios, los estudios y la propia adquisición de una habilidad. Si no hay esfuerzo y sacrificio, rara vez se consigue lograr un objetivo. La pregunta no es «qué quieres lograr», sino «cuánto dolor estás dispuesto a soportar para lograrlo».

No olvidaré a una chica de unos 29 años que llegó por primera vez al gimnasio para aprender defensa personal. Aquella chica había sido víctima de un intento de agresión sexual en el portal de su casa. El maestro de defensa personal tenía fama de ser uno de los mejores. Ser uno de los mejores significaba que te iba a convertir en uno de los mejores, lo cual es sinónimo de que ibas a sudar la camiseta y, para aprender, ibas a tener que soportar mucho dolor.

Aquella chica era atractiva, a pesar de ser extremadamente tímida y tener una apariencia de «muy modosita». Mientras que una gran mayoría de profesores en defensa personal enseñan a una mujer a soltarse, golpear y correr, partiendo de la base de que una mujer es más débil que un hombre y perdería en un cuerpo a cuerpo, éste profesor enseñaba a las mujeres no sólo a defenderse de un hombre, sino a perderle el miedo y, literalmente, destrozarlo.

Pero el primer día de clase para esta mujer no fue nada fácil. Uno de los ayudantes de este profesor se metió en el papel de un agresor, la asaltó, la derribó al suelo y se le echó encima. A pesar de que la chica no corría ningún peligro real, se quedó bloqueada, la respiración se le agitó hasta el punto de la ansiedad, y se le escaparon las lágrimas.

La clase iba a durar una hora. Tras repetir esta secuencia de asalto con diferentes personas de diferente estatura y peso, a los 25 minutos, aquella chica dijo que no podía más, y que no era lo que esperaba.

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Y es que la mayoría de las mujeres que asisten a defensa personal esperan algo más blando y que por regla general es lo que se le da: un proceso paulatino de aprendizaje cómodo.

El profesor le insistió en su método, que consistía en repetir continuamente la escena del asalto que sufrió en un «entorno controlado» hasta hacerle perder el miedo. El profesor insistía en que un agresor no va a tener compasión porque una mujer sea tímida, llore o grite. Todo lo contrario; le excitaría y le daría más ganas de asaltarla.

Y es que como decía Bruce Lee: «El hecho de que seas vegetariano no te ayudará a evitar que un león  te coma»

Aquella chica volvió y continuó con las clases 4 veces a la semana. A los seis meses se podía notar un cambio increíble. Había cambiado su forma de caminar, su mirada ya no reflejaba timidez. Tenía una increíble seguridad en sí misma, y desde luego, ya había perdido el miedo a que un hombre se abalanzara sobre ella, pues llegado el momento, la víctima ya no sería ella, sino el pobre agresor.

Cientos de patadas y puñetazos diarias, decenas de flexiones y dominadas cada día, cientos de repeticiones de movimientos y luxaciones, horas de esfuerzo y sacrificio, la habían convertido en una mujer hecha de una pasta muy especial (y dura).

En el otro extremo tendríamos a otras muchas mujeres que vieron el entrenamiento demasiado duro, y no volvieron después de la primera clase. Sin ninguna duda, en caso de un intento de agresión, no estarían igual de preparadas que esta mujer que asistió al maestro del dolor.

Mi comienzo en aquel gimnasio tampoco fue un camino de rosas.

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Conocí a aquel sensei a los 16 años, y directamente me metió en el tatami con hombres que prácticamente me doblaban en peso. Personas con experiencia en diferentes estilos de artes marciales a los cuales no había manera de acercarse sin recibir una paliza.

Por suerte, las protecciones ayudaban algo, pero no impedían el hecho de que estuviera toda la semana con dolor en las costillas, en los muslos y en la cabeza. Era frustrante el hecho de pelear contra personas que te superan en todo: peso, músculo, agilidad, experiencia…

No obstante, en tan solo un mes, ya no sólo buscaba defenderme para evitar que me hicieran daño. Ahora también buscaba el cuerpo de mi adversario para intentar derribarlo.

Aunque no le hiciera daño, lo cierto es que cada vez bloqueaba más golpes y cada vez lograba penetrar algo más en la guardia de aquellos luchadores.

A los 4 meses, trajeron a un chico de otro gimnasio, de mi edad, peso y altura, aunque con dos años de experiencia practicando artes marciales. Acostumbrado a pelear contra tíos que me parecían gigantes, rápidos y con técnicas muy avanzadas, cuando tuve en frente a aquel chico no tenía nada de miedo. Sus golpes eran como caricias, y sus movimientos muy previsibles.

Resultado: aquel chico no tuvo ninguna posibilidad de ganar a pesar de llevar mucho más tiempo que yo entrenando.

La única diferencia entre él y yo es que yo había pasado por el maestro del dolor.

Con el tiempo entendí una clara estrategia de aquel sensei. En primer lugar, lo primero que pretendía era hacerte perder el miedo y acostumbrarte al dolor (que cada vez duele menos). Una vez superado el miedo y acostumbrándote al dolor, ya podías pasar a la acción mucho más seguro de ti mismo. y entonces todo se hacía posible.

Es por eso que muy a menudo suelo usar las artes marciales como símil para el ámbito personal y profesional.

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El miedo es un paralizador para todo. ¿Tienes miedo de hacer algo? Hazlo de todos modos. ¿Quieres lograr una meta sea cual sea? Prepárate para trabajar muy duro y hacer sacrificios.

Si quieres perder peso, no hay métodos fáciles. No basta con controlar la dieta. Tendrás que sudar sí o sí, o tu pérdida de peso no será sana.

¿Quieres aprender una nueva habilidad? Deberás prepararte para dedicar horas y horas. Finalmente, una habilidad la domina mucho mejor aquella persona que mejor se ha preparado.

Si la vida te golpea, te jodes pero avanzas. Si te caes, te jodes pero te levantas. Si te derriban, te jodes pero vuelves a la carga. No se puede ganar un combate únicamente tratando de evitar que te hagan daño. Se gana haciendo daño. Lo mismo ocurre en los negocios. Mucha gente tiene tanto miedo de fracasar, que únicamente se protege del fracaso, pero de esta forma no se gana el combate. No te protejas del fracaso, busca ganar el éxito.

¿Y si fracasas? Eso es dolor. Te jodes, lo superas, y lo vuelves a intentar.

Finalmente, hay dos tipos de personas cuando se enfrentan a una situación traumática: están aquellos que quedan marcados por ella y superados por el dolor de la situación, y están aquellos que aprovechan ese dolor como aprendizaje.

En la consecución de metas y objetivos de la vida, también encontraríamos a dos tipos de personas: aquella que está dispuesta a trabajar duro, sacrificarse y aprender todo lo que sea necesario, incluso a soportar literalmente el dolor, y aquella que quiere lograr lo mismo que la anterior, pero sin pasar por ahí. Esta segunda rara vez lo conseguirá, y en cuanto se enfrente a la primera, perderá.


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A. Carlos González
Autor de "Cenizas de Prosperidad", Apasionado de las ventas, las finanzas, estratega empresarial, entusiasta del desarrollo personal y algunas cosas más

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