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El día que comprendí que para tener éxito en los negocios debes convertirte en una persona fría.

En una ocasión escuché que «para tener éxito, vas a tener que mearte sobre mucha gente«. Pero por otra parte leía a tantos autores que hablaban que nunca hay que perder la humildad, y que hay que hacer siempre lo correcto; que lo más importante es dormir tranquilos por las noches con nuestra conciencia tranquila. Al final, toda esta serie de consejos se mezclaban en mi cabeza, y hoy día sé que no son contradictorios entre sí, sino que debemos aplicarlos en el contexto adecuado.

Por tanto, hay que tener la conciencia tranquila, pero también deberemos tomar decisiones difíciles que probablemente le joda la vida a alguien, y deberemos aprender a dormir tranquilos por las noches con este tipo de decisiones difíciles.

Para esta historia, nos remontamos unos 11 años en el tiempo, cuando una empresa de tamaño medio se puso en contacto con Victoria Bernal para reestructurar dicha empresa, una compañía que era como un trasatlántico que iba dirección a un iceberg.



Victoria me llamó para que me encargara de dirigir el departamento comercial de esa empresa durante 6 meses. Ese era el acuerdo entre la empresa y nosotros: 6 meses con una posible ampliación de otros 3 meses para «rediseñar» el futuro de aquella empresa y dejarla mejor de como la encontramos, preparada para sobrevivir a los nuevos tiempos que se avecinaban.

Cuando nos reunimos con la dirección de la compañía, y conocimos más a fondo el problema que existía en aquella compañía, las cosas empeoraron por momentos. Por mi parte, nunca había visto tanto incompetente trabajando en ventas, desde los vendedores hasta los supervisores. Y desde el punto de vista de Victoria, la cosa no pintaba mucho mejor. Dicho de otra manera, mucha gente iba a tener que ir a la calle y ser reemplazados por otros profesionales, o directamente recortar un porcentaje de puestos (sobre todo de mando) que eran inútiles y únicamente provocaban un gasto innecesario a la compañía.

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En estos casos, y muy en contra de el protocolo más profesional, cuando nos sale el lado humano, y no sólo el lado de la conveniencia de costes de despidos y ahorros empresariales, se comete el error de tener compasión por aquellas personas de cierta edad que, a pesar de que en aquel caso eran incompetentes, suelen tener un perfil común: llevan muchos años en la compañía y son personas que tienen hijos, y los cuales, sabes de antemano que van a tener muchas dificultades para encontrar un nuevo empleo.

Cuando analizamos el personal que íbamos a tener que despedir para que la empresa pudiera volver a su cauce, nos encontramos con que al menos había unas 15 personas que llevaban más de 10 años en la compañía, y tenían familia. No se veían malas personas, todo lo contrario, pero eran totalmente prescindibles.

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Fue cuando Victoria y yo nos reunimos para hablar, ya que por el momento aún no habíamos aceptado tal colaboración con la compañía.

Victoria fue muy clara y me dijo:

«Nosotros vamos a estar en esta empresa 6 meses, ó 9 meses máximo. Luego nos vamos. Si quieres aceptamos el trabajo, pero piensa esta noche si quieres cargar en tu conciencia con toda la gente que debemos despedir. Gente que después de que entremos y les hagamos salir, probablemente no vuelvan a encontrar un trabajo.»

Yo nunca había tenido a Victoria como una persona sentimental, por lo que aquello me chocó bastante, y es cierto que recapacité. Aunque me hubiera gustado aceptar aquel desafío, para engordar la lista de éxitos (todo sea dicho de paso), es cierto que se me vinieron a la cabeza la de familias destrozadas que había conocido tras quedarse en desempleo. Y no, no quería participar en aquello.

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Claro que en aquel momento me podría haber excusado en que si no lo hago yo, vendrá otro y lo hará. Pero las dudas de Victoria me ayudaron a rechazar aquello, aunque me quedé con las ganas.

Hasta aquí quedaría una historia de esas que gustan a la gente, donde el corazón ganó la batalla a la ambición. Pero lo cierto es que fui gilipollas.

En menos de 2 años, nos enteramos de que aquellas personas que no quisimos despedir llevaban años robándole a la empresa a través de sus clientes, y robando además, a sus propios clientes. La contabilidad estaba sucia, y el contable estaba en el ajo.

Incluso había una aparente encantadora mujer de 51 años que había desviado más de 7.500€ de sus clientes.

(Ver: 6 señales que indican que debes despedir a un trabajador)

La empresa que no quisimos salvar por no despedir a aquellas personas, acabó entrando en concurso de acreedores, y yo aprendí una lección acerca de la incompetencia.

Desde aquel día, a mi forma de ver, ser un incompetente en tu trabajo ya es un delito en sí mismo, pues le estás robando la función profesional a una persona competente. Con el tiempo entendí que cuando ves a un incompetente en un puesto de trabajo que le queda grande, casi siempre hay una historia sucia sobre cómo logró conseguir ese puesto de trabajo. Digo casi siempre, porque en ocasiones sólo se debe a un error de la incompetencia del seleccionador de personal.

El incompetente, en el fondo sabe lo que es, y por tanto, es más probable que actúe de mala fe para lucrarse y conservar un puesto de trabajo que no se merece.

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Y por tanto, aquel día aprendí que no es que debas convertirte en una persona fría, pero sí que no te debe templar el pulso para mandar a un incompetente a casa y «canjearlo» por una persona competente que sí se merece un puesto de trabajo. Y cuando comprendes eso, puedes hacer despidos masivos y dormir con la conciencia muy tranquila.

Y es que aquel día, por tener la conciencia tranquila, permitimos que una empresa honrada fuera estafada por sus propios trabajadores, y que más de 400 clientes pagaran más de lo que les correspondía.

Ver: Cómo conocer a las personas y cómo conocerse a uno mismo

A. Carlos González
Autor de "Cenizas de Prosperidad", Apasionado de las ventas, las finanzas, estratega empresarial, entusiasta del desarrollo personal y algunas cosas más

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